jueves, 4 de septiembre de 2014

ALEJÁNDONOS DE LA ESENCIA


Hace un tiempo pude tener una experiencia de esas que revelan cuanto nos queda por avanzar, que nos indican la dirección en la que hemos avanzado y que nos muestran (al menos a mi) hacia donde no queremos caminar. Y, la verdad, es una experiencia que revivo cada cierto tiempo a través de otras y que me suele llevar a la misma reflexión.


Siempre digo, cuando comienzo un proyecto o planteo una charla sobre todo, que quizás lo más importante no es saber lo que queremos, sino lo que no queremos. Pues, no cayendo en aquello que sabemos que no nos hará sentirnos bien con lo que hagamos o decidamos, iremos encontrando seguro nuevas cosas interesantes que queramos experimentar, sobre las que queramos aprender o que nos interese al menos conocer. Y quien sabe a qué nuevos caminos iremos a parar.
Cerrada la puerta que no queremos traspasar, todo lo que nos rodea son posibilidades abiertas. Y, al menos yo, sé qué puertas quiero cerradas. Pero lo sé porque me he informado, he reflexionado, he integrado la información recibida y he filtrado... Pero no siempre es así. No siempre tenemos la información o la reflexión necesaria para saber qué puertas cerramos y por qué... o por qué entramos por otras que sí dejamos abiertas.


Esa experiencia a la que aludía al principio se produjo participando en un debate radiofónico sobre las bajas maternales, y en ella reafirmé mi posición y mi opinión sobre la maternidad en nuestro país. Y confirmé que los supuestos avances sociales de la mujer no son más que un espejismo en gran medida. Que los supuestos conocimientos sobre la crianza y la infancia no son más que desconocimiento dibujado sobre una palabrería vacía que oculta nuestros miedos y frustraciones. Que parece que nos hemos leído los estudios científicos y libros sobre el tema y simplemente nos dedicamos a repetirlos como un mantra, pero sin comprender o integrar realmente su contenido o su significado. Que el miedo nos sigue dominando a hombres y mujeres a la hora de dejarse sentir y fluir en el camino de sus instintos y, de este modo, ¿qué podrán percibir nuestros hijos si no es miedo?

Escuché cosas que tiraban por tierra la esencia animal del hombre, los instintos, nuestra etapa primate, nuestra condición mamífera incluso… Personas que se sentían ofendidas por la comparación de las mujeres con otras mamíferas a la hora de parir o alimentar a nuestras crías. Sí, nuestras crías… Porque son niños porque nosotros los hemos llamado así. Pero se trata de crías de humano. De nuestros cachorros. Y, personalmente, me siento muy cómoda y orgullosa de llamar así a mi hija, y ella de que se lo llame.


Pero nuestro orgullo de seres racionales nos impide reconocer todo ese instinto, que es el que realmente nos ha hecho sobrevivir como especie y colonizar el planeta casi por completo (para desgracia, dicho sea de paso, de otras muchas especies) Por qué no somos capaces de reconocer que ese instinto, que esa esencia animal, mamífera, es la que nos hace reproducirnos, criar, cuidar a nuestros pequeños… ¿Y por qué aceptamos el instinto materno o paterno de querer tener una cría pero no somos capaces de aceptar el instinto materno de dar de mamar, de no despegarnos de nuestra cría indefensa que necesita biológicamente por encima de todo a su proveedor de cuidados maternales? Sí, digo maternales porque todo bebé necesita ser maternado para favorecer su correcto y completo desarrollo.


Tras semejante momento de negación de la esencia biológica del ser humano, ya en casa, las personas
del entorno cercano (ajenas al mundo de la materidad "profesional") escucharon por lógica curiosidad lo ocurrido en el debate y, entre otras similares, una de las respuestas fue: “sólo hay que mirar la naturaleza para ver que las madres mamíferas no se separan de sus crías hasta que éstas se defienden por sí mismas. No sé a qué viene tanto revuelo por querer hacerlo así.” Pero, claro, ahí está el problema… que no queremos ser parte de la naturaleza. Queremos ser diferentes, demostrar que somos superiores. Que dominamos y controlamos el mundo a nuestro antojo.

Y no sólo queremos ir contra la naturaleza esencial separándonos de ella como especie superior que no necesita semejantes comoportamientos, sino que también deseamos hacerlo género, manteniendo una igualdad ficticia entre hombres y mujeres… Porque, he aquí el problema, no lo somos, no somos iguales. La madre lo es porque materna a sus hijos y el padre lo es porque hace la función paterna. Ambas están biológicamente bien diferenciadas, pero socialmente cada vez son más confusas. Nosotros las hemos ido confundiendo. Cuanto más se parecía la mujer al hombre, más comenzaba a parecerse el papel del padre al de la madre. ¿Acaso hay alguien que no recuerde una famosa escena de película americana en la que un abuelo se había hecho el molde del pecho de su hija para “amamantar” a su nieto? Hay a quien le pareció cómico pero trágico a la vez. ¿Qué nos está pasando como sociedad?¿ Desde cuando el feminismo significa tener que dejar obligatoriamente a nuestros hijos recién nacidos sin las necesidades emocionales y físicas cubiertas porque sino se nos “pasa el tren” laboralmente o nos juzgan socialmente por quedarnos a cuidar de ellos dedicándonos a “cuestiones domésticas”? ¿No se trataba de libertad para decidir? ¿Dónde está la libertad si se nos transmite la errónea información de que es igual quien críe a nuestros hijos, es igual si toman pecho o biberón, es igual si tienen un vínculo fuerte o no con mamá? No es igual.
Y, sobre todo, no es libre decisión la que se sustenta en una información incompleta, errónea o manipulada.


Por supuesto que somos seres racionales que conseguimos reconstruir casi todo a nivel psicológico y emocional en nuestra vida con el apoyo y herramientas adecuados y claro que la plasticidad de los bebés es increíble también a nivel neuronal. Pero las decisiones libres de las madres y familias llegan de la información real, y no de la información sesgada que habitualmente se nos facilita. Sólo hemos de irnos a buscar información sobre apego, vínculo emocional, oxitocina y cuestiones similares para realmente encontrar más sobre el tema y poder decidir con libertad de verdad.

Cada familia y cada madre hace lo que puede con sus circunstancias y la información que tiene. Pero hemos de intentar desde los medios, los profesionales, las entidades y organizaciones de que esa información sea real y completa para que todas las mujeres puedan ser libres de verdad y conozcan las necesidades básicas de los bebés desde un punto de vista racional que no puede ser refutado por opiniones, sino sólo por hechos contrastados. Sólo así se llegará a la libertad de decisión. Y sólo desde la decisión libre e informada dejaremos de sentirnos cuestionadas las familias y mujeres con cada opción que tomemos y abriremos nuestra existencia al conocimiento que nos aporten otras opciones que luego decidamos libremente utilizar o no. Pero del que siempre aprenderemos.





Beatriz Fernández
Doula en todas las etapas de la maternidad, 
especializada en duelo y nuevos caminos maternales.
A Coruña y Madrid.
Telf: 600218964

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